Por: León
Así de sencillo, el territorio es
la felicidad que genera estar ligado con el planeta y el universo, por un cordón
umbilical energético que nos liga profundamente.
Aunque estos días he estado un
poco confundido con el concepto mismo del territorio, pues vale la pena
preguntar ¿cómo vivían nuestros ancestros aquí antes de la llegada de la gente del mundo
cristiano, el concepto como tal, antes del antagonista extranjero es válido?
Sin duda existían conflictos y disputas territoriales fuertes, que colocaban
fronteras, aunque en algunos pueblos esto no ocurría y la armonía era más
notable, no se puede igualar esto con la forma sangrienta de territorialización
de la gente del mundo cristiano. Si bien Muiscas y Panches se vieron en una
guerra impulsada por la estafa y el
engaño del cristiano, no hubo ninguno
clan Muisca o Panche influenciando la guerra entre España y Francia, en eso no
se metieron los de acá allá, así como lo hicieron lo de allá acá.
En esta confusión del carácter
real del territorio me encuentro, visitando, preguntando y caminando para saber
más, pues como dijo mi amigo Murui, “estoy en la edad de aprender y aprender,
de escuchar”.
Pero sin duda y más allá de los
debates teóricos, el territorio hoy se presenta más, como oportunidad que como
sinónimo de conflicto, el territorio es una ventaja pragmática en el ejercicio
de reconocernos como humanidad. Tener el territorio es algo así como saber que
tenemos un lugar donde somos felices y lograr saber que podemos ser felices es
una potencialidad revolucionaria.
Saber que no todo es como lo
vemos, que la realidad no es inmutable, que podemos transformarla, es algo de
lo que falta en nuestras gentes abrazadas por el no territorio y el
desconocimiento de sí mismos, de sus espacios y tránsitos. Poder arrancarnos el
desconocimiento y empezar a ver con ojos de niño aventurero es una prioridad.
Visito algunos colegios del
Tunjuelo con la intención de provocar en ellos y ellas la cosquilla de la
investigación, de conocer el mundo, de salir de las cuatro paredes, pero aunque
es gratificante reírse con ellos y ellas, no deja de preguntarse uno ¿Y nuestro
territorio?
Arrancado de la tierra para poner
el barrio, la localidad, el cuadrante, las territorialidades menores de los parches
en las cuadras, la territorialidad del miedo y la tristeza. El desafío
pedagógico más allá de convertirnos en infalibles investigadores, es lograr
brindar una felicidad momentánea y hasta fugaz de conocer el territorio, de
imaginarlo en un salón de clases, olfateando las plantas, escuchando las
quebradas limpias, la tierra distinta de hoy, que ellos y ellas nunca
conocieron pero que imaginan, que se regocijen en esas laderas circundadas por
plantas nativas, así y tan así, que abramos los ojos con nostalgia de una
felicidad efímera, y veamos el oscuro ambiente de las paredes rayonadas y los
vidrios con rejas.
Así, siendo felices fugaces,
podemos llegar a necesitar volver allí a ese lugar, necesitando más dosis de
cerrar los ojos y al sernos insuficientes desatar la curiosidad infalible de
saber sí en la realidad ese lugar existe, y allí aparece el brillante Tunjuelo para
salvar el día.
Pero la tristeza nos aparece sin reparo y aunque
un día tengamos triunfos por las preguntas afortunadas a los ocho días vemos
caritas tristes por las crudas realidades, y me cuestiona, me entristece, pero
sobretodo me inquieta, me sacude, pues debemos hacer algo lúdicamente
pertinente para no aburrir más.
Aunque el cerebro empiece a
pensar creativamente y muchas veces se vea vencido, estará el corazón y el
hígado para apoyarlo, cuando las ideas fallen, no hay tabaco que no endulce, no
hay regla absoluta que esté exenta de ser rota y por tanto más adelante
reinterpretada, finalmente como dice un gran amigo, estos muchachos y muchachas
que aunque empobrecidas, aunque minorizadas, aunque rechazadas, son nuestros
muchachos, nuestras muchachas.
Es un lugar de la no comodidad,
toda actividad educativa en nuestros contextos es mal remunerada, “con las
uñas”, e inclusive direccionadas para seguir empobreciendo, pero sí no somos
nosotros y nosotras, quienes pensamos regularmente distinto, ¿quién lo va a
hacer?
Hay que dar un lugar
importantísimo a la lúdica y la didáctica, a esas formas transformadoras de la
educación que teniendo el territorio como escenario, a la humanidad como protagonistas
y la felicidad como contenido, podemos poco a poco recuperar y construir una
territorialidad más nuestra.
Así que, caminantes de las empinadas calles, de
los caminos ocultos en la quebrada, Gente del Tunjuelo, nadie pero nadie, va a
venir a hacer nuestro trabajo, nuestro trabajo tenemos que hacerlo nosotros y
hacerlo bien, comprometiéndonos con la gente de los sacos chiquitos y rotos, de
los cachetes tostados, con ellos y
ellas... Un poco de felicidad que la creatividad germina.