jueves, 13 de marzo de 2014

Un poco de felicidad, las lúdicas para la vida.

Por: León

Entender el Tunjuelo como una unidad territorial del gran territorio Muisca, es una lucha pedagógica, más cuando nos cuesta entender que el territorio puede ser visto de una manera distinta al simple lugar de conflicto y disputa entre las clases sociales. Es más que eso, en mi trasegar reciente por estas montañas del Tunjuelo he podido comprender que el territorio es ese lugar donde se es feliz.



Así de sencillo, el territorio es la felicidad que genera estar ligado con el planeta y el universo, por un cordón umbilical energético que nos liga profundamente.

Aunque estos días he estado un poco confundido con el concepto mismo del territorio, pues vale la pena preguntar ¿cómo vivían nuestros ancestros aquí  antes de la llegada de la gente del mundo cristiano, el concepto como tal, antes del antagonista extranjero es válido? Sin duda existían conflictos y disputas territoriales fuertes, que colocaban fronteras, aunque en algunos pueblos esto no ocurría y la armonía era más notable, no se puede igualar esto con la forma sangrienta de territorialización de la gente del mundo cristiano. Si bien Muiscas y Panches se vieron en una guerra impulsada  por la estafa y el engaño del  cristiano, no hubo ninguno clan Muisca o Panche influenciando la guerra entre España y Francia, en eso no se metieron los de acá allá, así como lo hicieron lo de allá acá.

En esta confusión del carácter real del territorio me encuentro, visitando, preguntando y caminando para saber más, pues como dijo mi amigo Murui, “estoy en la edad de aprender y aprender, de escuchar”.

Pero sin duda y más allá de los debates teóricos, el territorio hoy se presenta más, como oportunidad que como sinónimo de conflicto, el territorio es una ventaja pragmática en el ejercicio de reconocernos como humanidad. Tener el territorio es algo así como saber que tenemos un lugar donde somos felices y lograr saber que podemos ser felices es una potencialidad revolucionaria.

Saber que no todo es como lo vemos, que la realidad no es inmutable, que podemos transformarla, es algo de lo que falta en nuestras gentes abrazadas por el no territorio y el desconocimiento de sí mismos, de sus espacios y tránsitos. Poder arrancarnos el desconocimiento y empezar a ver con ojos de niño aventurero es una prioridad.

Visito algunos colegios del Tunjuelo con la intención de provocar en ellos y ellas la cosquilla de la investigación, de conocer el mundo, de salir de las cuatro paredes, pero aunque es gratificante reírse con ellos y ellas, no deja de preguntarse uno ¿Y nuestro territorio?

Arrancado de la tierra para poner el barrio, la localidad, el cuadrante, las territorialidades menores de los parches en las cuadras, la territorialidad del miedo y la tristeza. El desafío pedagógico más allá de convertirnos en infalibles investigadores, es lograr brindar una felicidad momentánea y hasta fugaz de conocer el territorio, de imaginarlo en un salón de clases, olfateando las plantas, escuchando las quebradas limpias, la tierra distinta de hoy, que ellos y ellas nunca conocieron pero que imaginan, que se regocijen en esas laderas circundadas por plantas nativas, así y tan así, que abramos los ojos con nostalgia de una felicidad efímera, y veamos el oscuro ambiente de las paredes rayonadas y los vidrios con rejas.

Así, siendo felices fugaces, podemos llegar a necesitar volver allí a ese lugar, necesitando más dosis de cerrar los ojos y al sernos insuficientes desatar la curiosidad infalible de saber sí en la realidad ese lugar existe,  y allí aparece el brillante Tunjuelo para salvar el día.

Pero  la tristeza nos aparece sin reparo y aunque un día tengamos triunfos por las preguntas afortunadas a los ocho días vemos caritas tristes por las crudas realidades, y me cuestiona, me entristece, pero sobretodo me inquieta, me sacude, pues debemos hacer algo lúdicamente pertinente para no aburrir más.

Aunque el cerebro empiece a pensar creativamente y muchas veces se vea vencido, estará el corazón y el hígado para apoyarlo, cuando las ideas fallen, no hay tabaco que no endulce, no hay regla absoluta que esté exenta de ser rota y por tanto más adelante reinterpretada, finalmente como dice un gran amigo, estos muchachos y muchachas que aunque empobrecidas, aunque minorizadas, aunque rechazadas, son nuestros muchachos, nuestras muchachas.

Es un lugar de la no comodidad, toda actividad educativa en nuestros contextos es mal remunerada, “con las uñas”, e inclusive direccionadas para seguir empobreciendo, pero sí no somos nosotros y nosotras, quienes pensamos regularmente distinto, ¿quién lo va a hacer? 

Hay que dar un lugar importantísimo a la lúdica y la didáctica, a esas formas transformadoras de la educación que teniendo el territorio como escenario, a la humanidad como protagonistas y la felicidad como contenido, podemos poco a poco recuperar y construir una territorialidad más nuestra.

Así que, caminantes de las empinadas calles, de los caminos ocultos en la quebrada, Gente del Tunjuelo, nadie pero nadie, va a venir a hacer nuestro trabajo, nuestro trabajo tenemos que hacerlo nosotros y hacerlo bien, comprometiéndonos con la gente de los sacos chiquitos y rotos, de los cachetes tostados,  con ellos y ellas... Un poco de felicidad que la creatividad germina.